domingo, 8 de diciembre de 2019

Amor en Ámsterdam

Llegó con un vuelo de American Airlines a la ciudad de Hamburgo. Se quedó dos días. Luego, cinco horas en tren con un trasbordo para llegar a la ciudad de Eindhoven, en el sur de Holanda, centro de tecnología y de diseño, donde surgió la Philips, empresa que acunó a su tío Ismael cuando decidió establecerse allí al enamorarse de Gerrit la última noche de juergas en un bar del centro de Ámsterdam. Ismael había salido del museo de Anne Frank; era su última tarde libre, antes de regresar a un país convulsionado por saqueos a las tiendas de comida, a partir de una economía que, como tantas veces, volvía a apretar a quienes menos tenían. Caminó por las callecitas que bordeaban los canales de la ciudad. Hizo la curva dorada del Herengracht, fue hasta el puente sobre el cruce con el Reguliersgracht, donde se quedó un buen rato observando más de diez puentes —supo luego que eran quince—, unos detrás de otro, como esas postales que solo permanecen en nuestros sentidos, incapaces de ser captadas por cámaras amateurs o por celulares. Entró a un bar y quedó flechado con Gerrit. Esa noche bebieron unas Zundert sobre el puente estrecho Magere Brug, como si hubiera estado iluminado especialmente para la ocasión de los futuros amantes.




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