domingo, 8 de diciembre de 2019

Noche de sexo y de roces en Berlín

Para la cena, se sumó Geert, la pareja de Leopoldo, y otros dos amigos. Fueron a un restaurante histórico, bebieron mucha cerveza y Fede quiso ir a dormir temprano porque estaba cansado del trajín del día anterior, sumado a la recorrida de este día. En su habitación, puso la TV, miró qué había de rico en el frigobar y le sonó el teléfono de la habitación. El conserje le pasó con Herman, uno de los chicos que había conocido en la cena. Estaba abajo, y con mucha prudencia pero con mucha determinación, lo invitó a bajar a beber algo en el lobby. Fede le dijo que estaba cansado y que bajaría un rato por atención, aunque le había comentado a Leopoldo que le parecía atractivo: las copas y los mimos los empujaron a más. Pasaron una noche fantástica hasta que se dieron cuenta de que el preservativo estaba roto. Herman se enojó. Lo amedrentó. Fede se quedó callado. No era la primera vez que le pasaba algo así, pero tampoco había tenido experiencias que finalizaran con una batería de insultos. Quizás, como el alemán le sonaba fuerte, pareció que le gritaba, pero la gestualidad de Herman no contribuía en nada. Fede fue muy paciente hasta que se hartó y le pidió de buena manera que se retirara. Herman le exigía que le dijera que no tenía nada, que no era seropositivo, pero Fede no abrió su boca más que para invitarlo a salir. El pibe fue al baño a asearse, se vistió y se fue. Al día siguiente, le dejó un recado en el hotel, con disculpas y un regalo, que Fede desestimó: tiró el papel, que tenía un número de teléfono, al tacho y le dio al botones la bufanda que le había dejado como obsequio reparador.




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