sábado, 7 de diciembre de 2019

Cruces de Fede con Matías

Ya lo había visto en el verano tomar sol, con el torso desnudo y pantalones cortos, pero siempre estaba rodeado de otros pibes, ya sea con algún porrito y con botellas de cerveza. Siempre lo miraba. En muchas ocasiones, las miradas se habían interceptado, pero Fede desviaba la suya inmediatamente hacia cualquier sector del parque. Al rato volvía a mirarlo y en algún instante volvían a cruzarse.


(...)



Varios días después, se repitieron los cruces y las miradas. Una de las tardes lo pasó a buscar Rafa, que le dijo que el pibe estaba «para el crimen». Cuando pasó cerca de ellos, los miró fijo.

—¿Viste…? ¡Qué atrevido!

—Miró porque lo mirábamos, Rafa. Solo eso.

—Es medio histeriquita.


(...)


La siguiente vez fue en la vereda, sobre Lacarra. El pibe venía con otro chico. Tenía en su mano una botella vacía de cerveza y hablaban fuerte. «La próxima vez que me mire así, lo encaro», le dijo el morocho al otro. Se lo dijo de manera brusca. Fede lo escuchó y se hizo el distraído al cruzarlo. No miró a ninguno. «Sí, un bajón», le contestó el otro. 


(...)


¿Se referiría a él como el mirón? ¿Podría amenazarlo tan abiertamente y concretar una paliza? ¿Hablarían de otra cosa? ¿De una chica, quizás? 


(...) 


Más tarde, cuando anochecía, en la esquina de su casa, Fede estaba parado con un vecino, mientras esperaba a que pasaran a buscarlo. El morocho pasó con una bicicleta. Lo vio y le clavó sus ojos. Fede no pudo resistirse y lo miró también. El pibe siguió pedaleando, pero giró su cabeza. Fede mantuvo su mirada y le sonrió. La bici se alejó. Fede siguió hablando con su vecino, si bien sus ojos se desviaron, con disimulo, en torno al pibe, que se volvió a dar vuelta.

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