lunes, 9 de diciembre de 2019

Jhony y Fede se refugian en Los Antiguos

Jhony empezó a sentirse mal. A pesar de haber llegado a los 39˚ de fiebre, con dos duchas, abundante té y un preparado que le hizo Fede con jengibre, whisky y café, amaneció mucho más restablecido. Esa noche estuvieron recostados sobre un sofá, que movieron cerca del hogar. Fede lo arropó, lo mimó mucho, le cantó canciones infantiles de María Elena Walsh, que su mamá le cantaba cuando era niño. Fede tomó una copita de un licor de calafate de la chacra Don Neno, esa baya tan dulzona que alguna vez había probado en una mermelada. Se quedaron dormidos, abrazados. 


(...)


Cerca del mediodía, Jhony estaba mejor y le dijo que salieran a caminar un rato. 

—No creo que fuera a morirme hoy —le soltó. 

—No lo creo. Estás conmigo.


—Te extrañé mucho este tiempo.






(...)


—Ya lo creo. Sabés que me cuesta relacionarme. Y hay instantes en los que me siento tan libre que juntarme con alguien estropearía todo. No porque no te quiera. Sos un sol, te adoro, te amo infinitamente. Siento cosas que… —señala la piel de ambos y junta su muñeca con la de Jhony— no siento con otro. Cogés tan lindo... Me cuidás tanto... Pero no quiero entusiasmarme porque sé que no podría, ¡hoy no podría!, respetar una relación, aunque seamos amplios y libres.


(...)


Se quedaron un buen rato sin decir mucho. Fede le tomó las manos, lo besó. 


(...)


Comenzó a cantar en el oído de Jhony: «Me nació este amor sin que me diera cuenta yo...».

—Mmmmm. Me gustó mucho «Esta casa es nuestra vida de ser». 


(...)


—Dejame recordar… 


(...)


Estos muros y estas puertas
no son de mentiras; son el alma nuestra,
barco quieto, mirada interior
que viviendo hicimos igual que el amor,
y afuera llora la ciudad
tanta soledad.

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