lunes, 9 de diciembre de 2019

Reflexiones por Asia

Me puse a ojear un par y encontré una nota a Andrés Percivale. Había sido periodista y corresponsal en la guerra de Vietnam, y estaba enfocado en una vida un poco más zen.


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Habló de las trampas que tiende la exposición pública y cómo fue que pudo ver que su vanidad no es compatible con la felicidad. Bueno, la de todos. Terminar con el ego. Eso dijo, como si fuera fácil.


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It’s easyyyyyy…. Beggarbeach. Desde el amor. Dijo Andrés que la pelea es difícil, porque lo tenemos muy adentro, inconsciente. ¿Colectivo? ¿Individual? «Dominarlo es un trabajo que hay que abordar, porque cada vez que te ofendés en la vida habla tu ego». Qué frase, Andrés. ¿Cómo hacés, cada día, para achicarlo un poco más? Mandarlo todo afuera. Pasar la energía estomacal, allí donde hago furor en ardores, y emanarla al corazón, al cerebro. Necesito un poco de todo eso.



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Necesito decir: «Te amo» y sentirlo de verdad, que duela, que me desespere, que me triture el alma para dejarme hecho un tarado, un despojo, un arrugado papel con ganas de dar tela para que en mí escriban. Mi arrogancia, fuera. Mis desvelos, fuera. Mi superyó, fuera. Construirme en lo que soy, con mi potencialidad, con mi desparpajo, con mi ilusión a cuestas, esa misma que deconstruí para ser otro. Es tan grande la angustia que se suponía este viaje era para vaciarla y para respirar. Mierda… La mierda sale cuando menos lo espero. Cada vez que pienso en esa cálida imagen, en ese rostro de sol, se quiebra mi respiración. ¡Santinoooooooooooo!

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