Una mañana, al mes y medio de estar juntos, Fede se levantó con una supuración en el pene. Creyó que como había dormido desnudo, abrazado a otro cuerpo, era el resultado de algún tipo de polución nocturna. Pero al rato, cuando fue a orinar, le ardió. Se dio cuenta que algo más estaba afectándolo. De todas maneras, no dijo nada, pero a la hora sintió que volvía a supurarle. Se miró y supo que tenía algo. Esperaba que fuera una leve gonorrea y no una incipiente sífilis.
En el hospital Muñiz, luego de sacarle sangre, infirieron que podía ser gonorrea. Luego de la confirmación, le aplicaron una inyección de penicilina, le dieron un tratamiento y le sugirieron que conversara con quien, o con quienes, había tenido sexo.
La pesadumbre lo superó. No sabía qué hacer. Tenía que encarar a su novio y decirle que posiblemente alguien se lo había transmitido, y que de ahí fue a parar a su cuerpo. Para su asombro, su novio lo negó.
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