sábado, 7 de diciembre de 2019

Fede recuerda una charla en el penal

Le contó también sobre sus días en la cárcel: «Madrugamos para el conteo, que no falte nadie. Luego hacemos el desayuno, lo compartimos con la ranchada. Antes de hacer una rutina de brazos y abdominales, para no perder el tren, con otros pibes nos encargamos de baldear y trapear todo; otros cocinan. Si tengo un rato, lavo algo de ropa. Es muy tranquilo, por ahora, pero siempre hay que estar alertas».

—¿Alertas cómo…? —soltó Fede.

—Y viste cómo es esto. Acá te dan un puntazo y te pasan al otro lado. Y no te paga nadie.


(...)



—¿Ves a ese pibe?, llegó hace una semana. Es un frágil. Un capullo, pobre. Aquel, el flaco ese, tiene ya como tres causas y para rato acá. Es uno de los porongas del penal. ¿Sabés lo que significa eso? —Fede asintió—. Bueno, no lo hizo su mulo porque, si bien es un tiernito, también es carne fresca. Así que… 


(...)


Esa noche no lo fantaseó como otras tantas. Ahora era alguien cercano. Fede sentía que había cruzado un umbral, que excedía el eterno muro del penal. Se sentía un poco más cerca del corazón de alguien a quien no conocía en absoluto. 


(...)


Cuando se recostó y miró el techo, algo que hacía de manera habitual para perderse en pensamientos lejanos a lo real, lo recordó tras las rejas esperándolo llegar. Reconstruyó ese ingreso hasta el abrazo del saludo una y mil veces, y de todas las maneras posibles. Siempre con su remera blanca con un estampado en rojo, un pantalón de jogging negro, zapatillas rojas, perfumado y con el pelo mojado como para dar un look de gel. Probablemente tenía gel, pero Fede no le preguntó. Lo imaginó besándolo delante de todos, llevándolo a un cuarto donde hicieran el amor o simplemente tuvieran sexo sin frenos acostándose juntos, cucharita...


(...)


Miró el techo y cambió múltiples veces sus fantasías hasta que se quedó dormido.

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