lunes, 9 de diciembre de 2019

Fede se cruza con Nicola en el bosque de Necochea

En Necochea, Fede se enamoró del bosque y de Nicola. Rous le había contado mucho...


(...)


Tenía labios que se destacaban por su fineza y por el marco que le daban unos bigotes finos y una barbita semicrecida, perfectamente delineada. Nicola fumaba; los miró cuando se acercaban. Tenía ojos pardos que, sin embargo, lo atraparon a Fede, quizás porque las cejas y pestañas le daban un marco como el que los bigotes y la barba les daban a los labios. Les ofreció una pitada. Aceptaron. Se presentaron.




—¿No conocés el bosque?

—Llegué hace dos días…

—¿Querés ir un rato? Está acá cerca… 


(...)


—Desde hoy que ronda en mi cabecita quemada esta frase: «Todo lo que pensé que era no lo es... todas las fichas puestas a tu número... todo el universo conspirando para que tan cerca jamás digamos adiós…». No le encuentro una respuesta. Y no es la primera vez que me aparece.

—Quizás no hay nada que interpretar. Quizás dormís.

—No te entiendo. 

—Nada… Mirá. —Nicola señaló hacia la copa de un árbol—. Es una lechuzona. Es raro verlas por acá, así, tan visibles. A veces, lo visible es esencial y no lo queremos ver. —Nicola también había mirado los labios de Fede y sus ojos, que se fijaban en sus labios—. Tan cerca para que no digamos adiós, ¿tendrá que ver con esto?

Nicola lo besó. Fede lo besó. La intensidad del beso despertó un abrazo...


(...)


Luego de un largo rato, siguieron acariciándose, con otros besos más espaciados y tiernos. De repente, Fede se detuvo a mirar un ave negra que volaba de un eucaliptus a una tipa.

—Eso es…

—Un tordo.

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