domingo, 8 de diciembre de 2019

Fede frente a lo que quedaba del Muro de Berlín

Fede se detuvo un buen rato a mirar lo que quedaba como emblema de un tiempo que nadie quería ya para la humanidad, a pesar de que le molestaba que existieran personas que aún pensaban en levantar muros para separar sectores sociales, y así seguir construyendo una brecha mayor entre quienes más tienen y quienes menos tienen.


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Compró un pedacito de piedra, guardada en un cubo transparente pequeño, símbolo de lo que ahora no existía más. «Original Berliner Mauestein. Ein Stück deutscher Geschichte. Vom 13. August 1961 bis 9. November 1989». Una foto que la acompaña refleja una época de inmediata posguerra, con una ciudad en ruinas, devastada, hambrienta, despojada de derechos, inquisidora aún. Compró un pancho, un jugo; se sentó a observar al turismo posar en fotos y no detenerse ni un instante a contemplar carteles o la historia misma ante sus pies. Solo fotos. «¡Qué ganas de que estuviera acá!». Pensó en Santino, en Ale, en Nicola, en cualquier persona que pudiera abrazarlo y besarlo para darle ganas de algo más. 


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Por un pequeño instante, de esos en los que aletea una mariposa y el mundo cambia, recordó los ojos de Fael, su mirada a sus labios, las ganas del reencuentro, aquella frase que lo demolió, luego de contarle que era muy roca y que le costaba entregarse al afecto: «Água mole em pedra dura tanto bate até que fura». Era lo que pensaba y Fael, tan simple, se lo había clarificado. Su roca la podían golpear, raspar, erosionar, pero en algún momento el agua entraba. «Las palabras del fuego son las palabras del amor», le remató aquella tarde en la escalera histórica de Rio. «Por eso, el agua, para no quemarse tanto». Pero esta otra tarde, frente al resabio del inmenso muro, se vio solo y, a pesar de tener el recital esa noche, hubiera preferido estar en un bosque, perdido, como en Necochea, con Santino feliz, con Ale risueño, con Fael volado, y feliz, risueño y volado él también.

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