jueves, 12 de diciembre de 2019

Fede se encuentra con Chufi en Salta

—¿Qué hacés por acá?


—Es una larga historia, Fede. Vine a buscarme. A tratar de encontrar mi camino. Aquí es diferente porque el mundo es tuyo, podés flexionarte… todo… Podés atrapar el sol sin condicionamientos, vibrar en la caricia de lo natural. No hay que agradar porque sos tan solo vos y tus tormentos. Estuve hace unos días y te lo recomiendo, camino a Cafayate. Allí, en la inmensidad, soy insignificante o soy inmenso… todo… Después, vuelvo al pan de cada día, donde el mundo rueda a su antojo y hay que distraerse con anuncios y con la TV. Lo sé. Pero pasar por la punta de las tres cruces, por el anfiteatro natural, por lugares que son todo... No sé si me entendés. En el anfiteatro, me crucé con un músico, Ariel Herrera, que estaba tocando, y ese sonido de su guitarra me llevó a sentarme y a observarlo. De repente se abre una guitarra y es Pink Floyd. Es otra vez la necesidad de tanto desearte aquí sin haberte conocido aún y me doy cuenta de que será solo un momento en la cueva de las musicalidades cuando despierte otra vez a mi vida y será que puedo atrapar ese sol para intentar volver a mí, y no ser más ningún otro color en la tienda de las vanidades y de los reflejos.




Chufi se acercó a Fede y lo besó con mucha pasión. El porteño no se quedó atrás. Todo lo que había maquinado o dudado respecto de Chufi se desvaneció cuando los labios se trenzaron al compás de los abrazos y de las lenguas. 

—¡Guauuuu! Eso estuvo intenso.

Fede no le dejó decir otra palabra. Volvió a besarlo tomándole cara y lo sostuvo un rato entre sus labios y lengua. La llegada de dos niñas que gritaban y corrían hasta el extremo derecho del mirador los hizo separarse y disimular. 

—¿Qué boludo, no? Para evitar avergonzarnos, dejé de besarte —le dijo Fede. 

—Tranqui, loco. Está bien. Fue lindo. Vamos para ahí —señaló un espacio hacia la izquierda de la cascada—. Sentémonos acá un rato, ¿querés?

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