domingo, 8 de diciembre de 2019

La historia de Guni y Luli

La mano se deslizó delicadamente. Con extrema suavidad, dos dedos recorrieron el lado externo del pecho de Guni, que se veía por el costado de su blusa holgada. Se quedaron uno o dos segundos en el rincón del corpiño azul, a tono con esa especie de chaqueta sin mangas que le dan en el sanatorio y que no había hecho a tiempo para cambiársela —cosa que sucedía a menudo—, por lo que ya sabía cómo acomodarla hacia adentro para dejar a la imaginación de muchas chicas su costado más sensual. Sin embargo, ella, que siempre se enojaba por todo, esta vez sonrió, un poco tímida, acaso por la vergüenza de quedar expuesta ante la mirada de sus amigas, acaso por un calor que, por debajo del mantel, esperaba la llegada de otros dedos para derramar sabor. Esa noche se escaparon del boliche a la casa de Luli y, al día siguiente, decidió dejar a Mónica definitivamente.




Guni era una de las que organizaba las tardes de los Viernes Violetas, esos instantes en los que se juntaban con otras compañeras lesbianas para definir acciones militantes y para trabajar en distintos grupos de reflexión, desde hacía casi diez años. 


(...)


La mano de Luli en el pecho de Guni fue el detonante para que se decidiera a hablarlo. Para su sorpresa, Mónica le dijo que estaba todo más que bien, que la entendía y que hacía tiempo se venían alejando, pero que de todas formas seguirían compartiendo la militancia.

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