viernes, 13 de diciembre de 2019

Una especie de intro prologal



La vida empieza

cuando empezás a beber.

El camino empieza

cuando rompés la puerta.

La noche empieza

cuando estás despierto.

El dolor empieza

cuando te acarician.

Las lágrimas empiezan

después de cada sonrisa.


Ioshua, «1»




Ve lo suficientemente lejos y llegarás

a un lugar donde el mar corre por debajo,

y veremos nuestra sombra, alta en el cielo,

secándose en la noche.


Mike Rutherford, «Your own special way»




Feliz de mí.

Soy libre de ese tal va y viene.


Milton Nascimento, «Barulho de trem»



A lo largo de esta vida, nos cruzamos con diferentes almas, cuerpos, rostros, manos, pieles, que nos regalan un poco de luz. En muchos casos, son momentos en los que estábamos caídxs, atrapadxs en las sombras desde donde pensábamos que era difícil salir. Pero la luz nos alcanzó. “A veces no se ve nada en la superficie, pero por debajo todo está ardiendo”. Esta frase de un sabio indonesio siempre me hizo bullir. Y también otra que escuché alguna vez que dice que cuando tocaste fondo, lo que queda es subir.

Así llegan nuevas oportunidades, la famosa segunda oportunidad. Esa que tanta gente me dio a lo largo de la vida. No estaría acá ni existiría este libro ni los anteriores si no me hubiera cruzado con tantas personas que no dudaron en darme una segunda oportunidad.

Somos humanos y falibles de caer en tentaciones; esas tentaciones que son hermosas y que a veces nos precipitan al abismo de los fuegos. Y esos fuegos pegan, nos atrapan y en muchos casos nos hacen aves fénix. Y las cenizas quedan detrás para volver a tratar de intentarlo una vez más. Y allí, aparecen estas personas que nos conectan nuevamente, como esa sincronicidad de causalidades que propone ese libro que tantas veces leí, recomendé y regalé. Y así nos volvemos a animar y a desandar un camino para volver a andar la vida.

Asumirse como gay, asumirme como gay no fue fácil. Eran otros tiempos y era una sociedad que nos discriminaba de un modo tan feroz, que yo no podía entender cómo eso pasaba en el seno de mi familia (de manera indirecta, claro, pero las palabras cuando salen son balas que queman), de la Iglesia católica (en la que confiaba que podía ser un mejor ser), en los ámbitos cotidianos (club, amigxs del barrio, compañerxs de estudios). Era difícil, tanto como veo hoy, veinte, treinta, cuarenta años después, en tantos lugares recónditos de las provincias de nuestro país y de muchos lugares de Latinoamérica. Por eso escribí Nueces y Refugios. 25 cuentos gays para un día de lluvia hace dos años (aunque empezó a parirse mucho antes), porque sentía que aún había mucho para decir, mucho para contar, antes de hablar de diversidad, de “tolerancia” (palabra que detesto), de igualdad.

La prueba fue exitosa, tanto que el libro sigue circulando, pero tuve devoluciones tan profundas de tantos lugares recónditos de Argentina, Paraguay, Venezuela, Perú, Chile, Brasil, Bolivia, Uruguay, Ecuador, México y Colombia, que quiero compartir, antes que empiecen a leer la novela, algunas de esas caricias que llegan en momentos en los que te pensás si vale o no vale lo que hacés, si alguien se copa, si esto llega al universo, si el universo conspira para que suceda.

«¡Hola Diego! Buenas tardes, me llamo Martín, 22 años y soy alguien que jamás superó leer más de cinco páginas de cualquier libro, pero hoy, martes 8 de enero de 2019, 19:54 h, acabo de terminar de leer uno de tus libros: Nueces y Refugios. La verdad, para mí es gran cosa, jaja. Jamás pensé que me iban a atrapar tanto estas páginas, llenas de verdades; en más de una de ellas me sentí identificado o el propio narrador de ellas. Me encantaron todas tus historias, así que quería felicitarte y agradecerte por lo grandioso que es cada página de este libro y porque nunca antes pude llegar a leer tanto como lo hice con tu libro. Se lo pedí prestado a uno de mis amigos con la poca esperanza de que lo iba a finalizar, pero bueno acá estamos, así que nuevamente: felicidades, eres un gran autor y el primero que robó parte de mi tiempo para poder leer las 293 páginas. Te dejo un abrazo grande, deseo que logres escribir muchos y espero poder llegar a leer otros de tus libros».

Martín, desde San Luis, tuvo la delicadeza de compartirme su experiencia y eso abrió mis alas de una manera que no hubiera esperado. También fue Ale, desde La Matanza, que de la nada se hizo amigo y hace un año y algo llevó el cuento “Soldadxs (cartas de amor)” a su colegio, y lo leyeron en clase, lo trabajaron y muchxs de sus compañerxs quedaron atrapadxs porque era la primera vez que analizaban un texto con temática gay en un aula. A Ale le había enamorado la historia: «Elegí este porque de lo que fui leyendo ese me encantó. Es una historia demasiado linda. No da más de linda. Me gustó banda».

Fede vino desde San Miguel para entrevistarme hace dos años para un trabajo final del secundario y me tiró tantas devoluciones luego de empezar a leer Nueces y Refugios, que le dieron también un cálido mimo a esta alma que a veces parece no entender por qué es más atrapante una play, un jueguito donde se matan enemigxs o la paja eterna de manifestarse «aburrido» a través de las redes que de aventurarse a una lectura. A Fede le compartí lo que me escribió Martín porque están cercanos en edades y me dijo: «¡Qué decirte que no sea “¡Wow!”, “Genial”, “¡Qué bueno!”. La verdad, me deja un poco sin palabras, capaz a vos también. Me alegra mucho que alguien que no terminó un libro en su vida lo haya hecho por primera vez gracias al tuyo y la verdad me encanta. Es esa clase de magia literaria atrapante que tienen tus relatos y es difícil de describir, pero este chico lo hizo por mí. Tener el poder de enganchar y de atrapar a alguien así creo que demuestra tu capacidad y tu genialidad como escritor». A Fede lo invité a escribir para mi libro anterior, Yo quiero ver un tren. Le pedí que escribiera no más de veinte líneas (algo que esquivó) y se copó con un texto larguísimo que quedó porque es hermoso; pienso que tiene una beta como escritor que ojalá desarrolle al tiempo que haga su carrera, y luego su oficio como psicólogo.

Mientras preparábamos Nueces y Refugios, Nico, alguien que solo era un contacto más de Facebook, me escribió por inbox: «Necesito saber qué libro leés. No puede ser más lindo lo que escribís, me atrae y no puedo esperar a que vuelvas a escribir. Necesito leer y no siempre me agarran esos días. Soy impulsivo, no te conozco, pero como te dije, me atre lo que escribís. ¡¡¡Necesitaba hacértelo saber!!!». ¿Qué hacés luego de eso? Más allá de responderle, de cruzarnos con unas birras y de pasarle el libro previo, Escribir poemas / Las palabras del fuego, fue acrecentándose un hermoso ida y vuelta a través del Messenger, que nos encontró con confesiones profundas y con reflexiones mágicas. Algo así pasó con Alberto, que inspiró a otro personaje de esta novela, como Nico a otro también. Quería comprar ambos libros, cafeteamos y la charla de casi cuatro horas devino en una amistad tan afectiva que participó activamente en mis siguientes libros (con un dibujo para Azules en el deck, y como modelo de tapa y con un texto para Yo quiero ver un tren). 

Y más caricias llegaron, desde Corrientes, con Lucas, un nuevo amigo que me dijo al leer lo que le compartí de Martín: «¡Qué lindooo! ¡Qué bueno eso! Te felicito mucho. Te dije tantas veces y te lo digo de nuevo: sos muy genio y tus creaciones son únicas y eso lo demuestra. Me alegro mucho por vos y que más lectores se sigan maravillando con tus libros que son geniales. Mirá cuando tus obras lleguen a todo el mundo también. Esas cosas demuestran que lo que hacés lo hacés con mucho amor, y obvio que va a generar eso. Así que vos tenés que seguir para adelante y vas a llegar a todo el mundo».

En el cierre de esta novela, apareció un artista como Sebastián –actor, poeta, escritor– que se leyó Nueces y Refugios mientras viajábamos por la ruta a la ciudad de Santiago del Estero. Mi amigo Wally y yo dormíamos; Seba leía. Y sentenció: «Cuando llegue a Buenos Aires, lo leo de nuevo. Está genial». Quizás por esas razones, donde las nuevas voces agigantan el amor, sentí que la obra podía tener un epílogo. Pero no de una persona avesada en la Literatura ni en el arte, sino en protagonistas que pueden ver más allá del horizonte, y claro que desde una mirada militante y LGBT+. Ellxs, mis compañerxs del equipo de la Secretaría de Cultura de la Federación Argentina LGBT, se animaron a leerla, a masticarla en grupo y a escribir un texto que cerrara como una pincelada latente de lo que pueda venir, de lo que va a venir.

Sentí que Brasil (coração navegador) debía explorar este camino un poco más, esa propuesta de camino hacia la visibilidad, esa visibilidad que nos hace libres, nos permite ser y nos arroja al mundo de la diversidad, de la igualdad, de la inclusión. Que cada encuentro de Fede con tantos personajes sea otro reflejo de lo que nos lleva siempre a ser lo que queremos ser. Que cada recoveco por donde Fede se mete sea una luz que abra al fuego de los placeres por animarse a más y a ser en este mundo de tantas hermosas diferencias que nos acercan y nos renuevan y nos deconstruyen y nos impulsan a mejorar cada día un poquito más. 

Este, mi corazón navegador, sabe que Brasil no es la única alegría -también está mi querida Paraguay-. Ya lo dijo Charly García, pero ese mundo –especialmente Rio de Janeiro– que alguna vez descubrí por allí, luego de despojarme de mis prejuicios, me abrieron a los vientos para perderme en las aguas donde encontrar que esa alegría, que declama Charly, esté siempre dentro mío, más allá de una ciudad, más allá de un amor, de un desamor, de un traspié, porque esa alegría me dará siempre esa segunda oportunidad al cruzarme seguramente con alguien que vea aquí otro potencial que se anime a crear un poco más. Esa es mi aventura. Espero que esta sea la de ustedes. 


Diego TL


Fue presentado el viernes 13 de diciembre de 2020 en En Terapia resto bar cultural, del barrio de Balvanera, Ciudad de Buenos Aires (link presentación: http://bit.ly/PresentacionBrasil).


El libro está dedicado a:

Lían Fuentes, Walter Brizuela, Elvio Méndez, Matías Escaray, Fernando Grimaldi; amigos gays que encendieron mi alegría en una nueva etapa en la que necesitaba volver a soñar.

Andrea Gerberoff, Gabriela Furlani, Valeria García, Ana Carolina Fernández Andés, Adriana López, Verónica García, Ana María Furlani; mis Rous.

Lucas Silvero, Mauro Tizzano, Maxi Lancelot, Roberto Rojas, Sebastián TooMuch; amigos gays que sumaron sus llamas para que los sueños no se esfumen.

Quienes abrieron los caminos en la diversidad, en especial en los años 80 y 90.

Mis compas de militancia LGBT+; por su resistencia constante.

Quienes se animan a ser visibles para ser iguales.


A continuación, comparto el texto de la contratapa, del histórico activista LGBT+, Marcelo Ernesto Ferreyra; los textos del epílogo, a cargo de mis compañerxs de la FALGBT+, y algunos pasajes destacados de la novela.

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