miércoles, 11 de diciembre de 2019

Fede deambula por la noche porteña

«En la calle, las miradas gritan». Aquella frase que había leído, pegada en el corcho que estaba sobre la pared del cuarto de Santino, era una revolución para sus sentidos. La recordó intensamente al caminar casi borracho por la cálida noche porteña, horas después de haber sabido la verdad. La melancolía agitaba, lo cargaba de pálidas. Solo quería escapar. Borrarse no solucionaba nada, pero ¿qué podía hacer cuando le ganaba el miedo, la angustia, la tristeza? Las miradas gritaban. Él gritaba en silencio su amor por alguien que ya no estaría más. ¿Acaso tenía razón esa tal Quika, carne de barrio, que firmaba la estampa en el corcho de la casa de su amor? «¿Qué hacer cuando tu amigo se muere?», se preguntó al caminar sin rumbo, como volvería a planteárselo por las calles de Si Phan Don y de Vang Vieng. Alcohol que anestesia, las venas que piden sangre: «¿Qué hacer? La experiencia, afortunadamente, me dice que todo se cura», supo ahora. Entonces, le resultaba imposible saber cuándo. ¿Cuánto tiempo le llevaría? «Solo sé que me obligo a seguir, solo quiero caminar y caminar, encontrar un lugar para aflojar. Aunque a veces me meta en un cine para llorar». Ahora, eran roces en cuerpos que necesitaban descargas a 220. Entonces, fue mendigar un poco de nada por ahí. Y otra vez, un bar, un trago, la poesía de Dominique Salanz para hacerlo bajar… entonces… y ahora...




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