miércoles, 4 de diciembre de 2019

La historia de João en La Rocinha

João Sousa había nacido en Santa Marta, una comunidad que está en el morro de Doña Marta, una colina entre los barrios de Botafogo y Laranjeiras, pero a los pocos años de vida se mudó con parte de su familia a La Rocinha, una de las más famosas de la ciudad de Rio de Janeiro. Se ubica en la zona sur y está habitada por una cantidad de personas que oscila entre las cincuenta mil y las ciento veinte mil. Como ocurre con las villas o con los barrios carenciados en Argentina, La Rocinha, como otras comunidades de Rio, tiene un sistema propio de vida, pero con más de un veinticinco por ciento de personas en extrema pobreza. Peligrosa y fascinante, imponente y cálida, sórdida y alegre, detonante de furias y de lamentos, refugio de pobreza y de necesidades, río de calles que se hacen hacia arriba, donde las sombras de lo prohibido y de lo insalubre se potencia; allí creció João y de niño comprendió, sin entenderlo del todo, que las oportunidades serían escasas y los maltratos, un poco más cercanos. Usar una pelota o una 38 eran moneda corriente para muchos niños y adolescentes. Sensaciones encontradas en un cuerpo que quería escaparse en un juego de risas, de goles y de agua salpicando en vez de quedarse atrapado en los dolores de una panza que grita por hambre y de ojos perdidos en la nada.




La risa de João era contagiosa. (...) La tristeza la disimulaba muy bien con su energía, que combinaba una expresión agresiva en su rostro. —Solía morderse los labios como afilando para la mordedura que iba a dar, que jamás concretaba—, con gestos corporales que no daban dudas de quién era. O de a quién debían temer. Pero João, en la intimidad con sus afectos, era distinto. (...) Es que, en algunos momentos, había que bajar la guardia y allí, en esos instantes, João trataba de ser lo que era en esencia.

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