sábado, 7 de diciembre de 2019

Meditar luego de una tormenta

Crispín lo recibió estirándose y con maullidos. Algunos mimos. Luego, anchoas, como elemento distractivo, para poder meditar. Destapó una botella de vino. Tomó una de las copas con cuello más abierto, sirvió hasta la mitad.


(...)


Se sentó sobre una manta, unos instantes frente a la pared; se descalzó. Cruzó sus piernas. Enderezó la espalda. Sus manos sobre sus piernas con las palmas hacia arriba. Cerró los ojos. Inhaló y exhaló durante casi quince minutos regulando la respiración y dejando que su mente dejara de procesar información.




(...)


Encendió el equipo de música con el control remoto, dejó que la música de Loreena McKennitt lo rescatara un poco más.
A la media hora, Rous le avisó que estaba en camino. Cambió la música. Otro bocado de jamón, de queso, más vino… 


(...)


«Todo va a suceder porque tiene que suceder. Más allá del sistema de creencias de cada cual, todo fluye, todo es, la nada es y es el todo. La temporalidad es y no es. ¿Hay presente? ¿Hay futuro? ¿Somos un presente continuo de todo y de nada? Tengo que… ¿hace falta que te diga que te amo intensamente?». Lo repitió varias veces, de distintas formas. Lo había escrito para él y para nadie. «Han pasado muchos vientos que aletearon mi andar. Los azotes se quedaron en aquel arcón de los recuerdos. En el medio de esta lluvia invernal, que quiere confundir mi grito, no voy a esperar a que florezcas con tu sol». Respiró profundamente. Comenzó a sentirse mejor, a reírse, como en una partida de truco con su hermano, a un punto de llegar a las quince buenas con treinta y tres de mano.

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