martes, 3 de diciembre de 2019

Las difíciles despedidas de cada fin de semana del penal

 Mientras viajaba, pensó en la charla del último fin de semana. (...) Había llegado como siempre. Entró entre los primeros a la sala 2. Ya hacía dos semanas que no veía a Gonzalo. Se preguntaba si su padre habría salido en libertad, si lo habían cambiado de pabellón o de penal. Se paró frente a la celda 6. (...) Su herida ya había cicatrizado. El abrazo fue tan intenso como en cada visita, casi como los que se regalaban al despedirse. Había días en los que (...) no podía soltarlo. No quería. Ya no era para Fede como antes, que se quedaba en la gran sala de espera de salida, sentado en el piso, al fondo, hasta que casi toda la visita, ya mezclada con mujeres, con niñas y con niños, atravesaba la puerta. Cuando lo visitaba en los pabellones comunes, la mezcla de marihuana y de pajarito podía ser letal y se perseguía con que lo descubrirían, como un mediodía que se había colgado tanto que lo llamaban los guardias para que se sumara a los ocho que quedaban por salir, y continuaba sentado sin aparente reacción. Cuando se acercó Gonzalo, fingió que algo le había caído mal pero, al salir, lo sorprendió: «¿Pegó fuerte el faso ese, Fede?».


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